Exploradores Urbanos.- Las crónicas del tiempo perdido 

Año 1989, Barcelona y alrededores están inmersos en un profunda transformación urbanística para la Olimpiada del 92. Un grupo de adolescentes del extrarradio, ávidos de emociones fuertes y amantes de la historia, deciden adentrarse en un mundo y formas de vida que desaparece a golpe de progreso. Sin saberlo, están creando una nueva afición: la Exploración Urbana y de lugares abandonados (Urbex).

F. Carlos Campillos, también conocido como Urbex Leone, es uno de los pioneros de la exploración urbana en España. Publicamos en primicia el inicio de su primera novela, la primera en lengua castellana que trata en clave de ficción el Urbex.

1.- CONQUISTADORES

«Todos los exploradores están buscando algo que han perdido. Rara vez es que lo encuentran. Y más raro todavía que el logro les trae más felicidad que la búsqueda»

Arthur C. Clark

I

La imagen del televisor de tubo es granulada y poco definida. En ella una multitud de personas están subidas sobre un muro repleto de graffitis. Los más animados lo golpean con mazas y barras, entre vítores y gritos de alegría en alemán. Aparece en pantalla una reportera, en una mano sostiene un micrófono mientras con la otra termina de colocar bien su cabello lacado. Va a hablar a los telespectadores, pero unos petardos la asustan. Por fin se recupera y hace lo esperado por millones de personas a ambos lados del muro. 

-Éste 9 de noviembre de 1989 va a ser un día histórico para Alemania, Europa y el mundo. Se han abierto los puestos de control y los berlineses están destruyendo el Muro de Berlín. ¿Es el fin de la Guerra Fría y por ello de un conflicto nuclear?

Víctor y Luis, de 10 años de edad, contemplan las imágenes mientras se zampan una tostada de mantequilla con azúcar. Luis es delgado con pelo rubio largo, su viejo chándal está lleno de parches que tapan los agujeros provocados en sus aventuras. 

Víctor es todo lo contrario físicamente: regordete, moreno y con gafas graduadas. También viste chándal, pero de momento sólo la parte de arriba, de cintura para abajo va en calzoncillos. Su madre termina de pegarle con la plancha una rodillera a su pantalón, agujereado en la última visita a un lugar abandonado conquistado. 

-Para que rompan ese muro así de rápido, es que el encofrado no se dejó fraguar lo suficiente. 

Comenta el padre de Víctor, una persona que aprendió antes a trabajar que a escribir y leer. Levanta la cabeza un rato de las facturas y obligaciones del autónomo con el Estado y le suelta el rollo de siempre a su hijo, quien por edad no es capaz de valorar lo que le está explicando. Aun así, el padre se lo vuelve a contar, sin percatarse que Luis, aprovecha para dejar las mochilas en el recibidor sin ser visto. 

-Víctor, hijo. Si hubieras sufrido lo que hemos sufrido tu madre y yo para tener un porvenir, valorarías más lo que te compramos. A mí me toco emigrar con 13 años de un pueblo de Almería a Barcelona por qué nos moríamos de hambre. Trabajando y ahorrando pude traer poco a poco a mi familia. Primero mis padres, después mis 4 hermanos…

-Su hermano no tiene tantas tonterías en la cabeza. Ha regresado de la mili y le han guardado el puesto en la empresa. 

Interrumpe la madre, una mujer con cara de cansancio permanente. Le lanza el pantalón a Víctor, quien se lo pone lo más rápido que puede. 

– ¡Muchas gracias, mamá! Nos vemos para la cena. 

-No vengas más tarde de las ocho. ¿No tenéis deberes para hacer? 

II

Los dos amigos de clase y barrio salen corriendo del portal como si alguien les persiguiera. Su calle, por suerte está asfaltada, aunque no es lo normal. Sin darse cuenta, interrumpen a un grupo de chavales que están jugando a béisbol callejero, con más ilusión que medios. La tabla de un palé hace de bate, sucias pelotas de tenis sustituyen a las robustas pelotas oficiales, las bases y líneas se han podido crear gracias a los sacos de yeso robados en una obra. 

– ¿Qué ha pasado con el fútbol en este pueblo? -Bromea Luis. -La contestación no se hace esperar por parte del lanzador, que les pega en el pecho una pegatina de Cobi, la mascota de la olimpiada de Barcelona 92. Todos los allí presentas también llevan con orgullo esas pegatinas repartidas desde hace meses.

-Estáis anticuados, conquistadores. Viladecans somos sede olímpica de béisbol. Al fútbol sólo juegan los puretas. 

-A eso vamos, a ver a los puretas jugar al fútbol. 

-Pues ya sabéis a donde ir a molestar, al descampado de los drogatas. 

Víctor y Luis se quitan las pegatinas, las lanzan al suelo. 

-Vaya humos se gasta el colega. Se cree alguien importante por qué su hermano será voluntario en las pruebas deportivas. 

Llegan al final de la calle sin asfaltar, junto al colegio donde están cursando 5º de E.G.B. Allí está el gran descampado, donde hay una multitud congregada en relación a un partido de fútbol, también con más ganas e ilusión que medios. 

-Quedan unos 20 minutos para que pase el chatarrero. 

Advierte Luis consultando su Casio de pulsera, pero Víctor como siempre, tiene la cabeza en Babia. 

– ¿Ya habrán quitado de los cines “Indiana Jones y la última cruzada”? 

-Ni idea, mis padres nunca han querido ir al cine. Tendré que esperarme a que salga en Beta.

-Yo tengo VHS, así que no las podremos compartir. 

-No te preocupes, que hoy sí conseguiremos ir al cine. 

El campo de fútbol al que llegan no defrauda. Los poster de las porterías son dos monolitos erigidos con el escombro de obras ilegales vertidas allí. El mismo portero debe ir espantando a los perros callejeros para evitar que orinen. Los espectadores asisten al partido sentados en sillones completamente destrozados, o sobre cubos de pintura. 

Víctor y Luis se sitúan estratégicamente en un lado del intento de campo de fútbol, que les permite controlar el esqueleto de un edificio sin terminar. Están muy lejos para ver cuánta gente hay dentro viviendo, pero como la tarde es fría, ya han empezado a encender hogueras. No son pocas, no hay planta sin fuego. Se pierden el cuarto gol del partido. Al no haber redes que detengan la fuerza del balón, el esférico golpea contra la ventanilla de un SEAT 127 oxidado al que le están cambiando el aceite. El cruce de insultos no tarda en llegar. 

Víctor ríe ante la situación, pero se le corta al comprobar que allí, entre el público, está el Electro. Lleva sudadera con capucha y sin mangas, mostrando sus fuertes brazos con los que desvalija junto al clan gitano de “los Kung fú”, los camiones de electrodomésticos vascos que llegan al almacén del cercano pueblo de Sant Boi. Aprovechan que los camiones hacen noche en el destartalado polígono industrial para robarles toda la mercancía. Al conductor que les sorprende y se hace el valiente, el Electro no tiene problemas en mostrarle su pistola de aire comprimido. Hasta ahora, no ha tenido que utilizarla. Basta que los camioneros se enfrenten a sus ojos eléctricos de locura, para no plantar cara al grupo de cacos. 

-Tío, está ahí el Electro. Tenemos que abortar la misión. -Víctor le habla en voz baja a Luis, no vaya a ser que el Electro, que está como a unos 20 metros, le escuche. –

-Pero si no te ha visto. 

-Yo no me la juego, ese tío está loco. 

Cuando Víctor se va a marchar, Luis le agarra del brazo. 

-No podemos desaprovechar la oportunidad, mira quien llega. 

Se acerca al córner un hombre muy mayor, vestido con harapos y empujando un carro construido con somieres de muelles, cargado de chatarra seleccionada en los contenedores de basura. Grita a su hijo, uno de los jugadores. Ante la negativa de éste a dejar el partido, el anciano hace honor a su apodo, “el iaio pipa”, y apartando los pelos de su frondoso bigote, introduce la boquilla de la pipa entre sus labios. 

-¿Por qué le tienes tanto miedo al Electro? Luis pregunta tras soltar el brazo de un Víctor que vuelve a estar centrado en la misión.

-Ese cabrón siempre me robaba cuando salía del colegio. Hasta que un día mi hermano, que iba a su misma clase, le dio una lección. Desde entonces me la tiene jurada. 

Antes de reiniciar el partido desde el centro del campo, aprovechan los jugadores para barrer alguna jeringuilla de heroinómano. Otros le recriminan al árbitro improvisado su labor. 

– ¡Árbitro! Dani, Daniel Gil. A ver si estás atento, han metido el gol en fuera de juego. 

-Ya os hemos metido 4 goles, pero os caerán más. 

El ambiente es de pique entre los jugadores de los dos equipos. Sin duda, los ánimos están muy calentitos y los espectadores no ayudan con sus insultos y gritos. Dani Gil pita y se reanuda el partido. 

Llega un personaje cadavérico hasta el Electro, intercambian una papelina de heroína por miles de pesetas. Víctor suspira aliviado, el Electro desaparece a meterse su dosis de caballo en la riera, con los drogadictos con los que comparte jeringuilla. 

En el terreno de juego dos jugadores se disputan un balón aéreo. Saltan a la vez a rematar con la cabeza, en el choque a uno de ellos le sale volando de su mollera un peluquín castaño. Entre los espectadores se produce un estruendo de risas, contagiando la burla a los jugadores, incluso algunos compañeros del humillado.

-¡Eh, mirad!¡Una rata! 

Exclama un jugador del equipo contrario mientras va chutando el peluquín. El jugador que lo ha perdido muestra su calva roja por la ira, se gira enfurecido hacia al primer jugador contrario que ve riéndose y de un puñetazo lo tumba. Se lía una pelea multitudinaria en la que vuelan botellas, palos y puñetazos. 

– ¡Menuda mierda! ¿Siempre tenemos que acabar los partidos igual? 

El “iaio pipa” ayudado por su hijo empuja el carro de chatarra, alejándose del terreno primero de fútbol ahora de lucha libre, en dirección al esqueleto del edificio. 

Víctor y Luis caminan en paralelo a ellos. El primero le da un codazo al segundo, saca de su mochila una pelota, la bota silvando, provoca que el “iaio” se percate de ellos. 

-Chicos, ¿nos podéis ayudar a subir esta lavadora a la segunda planta de ese edificio? -Señala el esqueleto. – 

– ¡Claro, señor! – Los dos amigos saltan como un muelle, ayudan a tirar del carro. – 

-Soy Jacobo, el “iaio pipa”. Y éste es mi hijo, Xavier. Somos aragoneses. 

-Se van a quedar a vivir en ese edificio, ¿Señor?

-No mucho tiempo. Antes de la olimpiada quieren hacer limpieza y se rumorea que podemos acabar en Alicante. 

Los cuatro llegan, cada uno con intenciones distintas, empujando el carro hasta el edificio fantasma. No han colocado ni un sólo ladrillo en la estructura, todo es cemento sin enlucir. 

III

A trompicones y con titubeos los cuatro suben la lavadora por las escaleras desnudas. Al no disponer los habitantes de electricidad, Víctor y Luis sólo distinguen el interior del lugar gracias a las hogueras de humo negro, bastante tóxicas al quemarse cualquier cosa, mostrando las llamas a familias tapadas con mantas hasta la cabeza, cuyos enseres son unos pocos muebles recogidos de la basura. Al no haber paredes separando las habitaciones o viviendas, viven en una comunidad ayudándose unos a otros. 

Por fin llegan a la segunda planta, donde el “iaio” amontona la chatarra, parada final de la lavadora. El pobre hombre se ha quedado con la espalda cogida, no se puede volver a erguir tras el esfuerzo. 

-Muchas gracias. Xavier, acompaña a los chicos para salir, ha caído la noche y pueden caer por un agujero. 

-No se preocupe, señor. -Contesta Víctor sacando una linterna de su mochila. –

-Aun así, bajad con cuidado. 

Víctor y Luis descienden por las escaleras saltando los escalones de tres en tres. Cuando llegan a la planta baja, se aseguran que no hay nadie y en vez volver por donde entraron, corren en dirección contraria, a la parte trasera del edificio. Acceden a un jardín lleno de basura bajando por un palé de obra. 

¡IHAAAAAAAAAAAAAAA! 

Víctor y Luis se detienen en seco. Buscan en todas direcciones ese sonido. No es una alarma, pero no conocen su procedencia… 

¡IHAAAAAAAAAAAAAAA! 

Instintivamente apuntan sus linternas hacia arriba, iluminan en la tercera planta a un burro fisgón. El rebuzno es sustituido por el maullar de los gatos presentes en el jardín. Puede haber perfectamente 40 gatos, durmiendo sobre colchones y ropa. 

-Muy justos de tiempo, pero hemos llegado en plazo. -Víctor se oculta tras la maleza, apaga su linterna. Luis le copia. – 

-Treinta y cinco picaduras de pulga me llevé la última vez que intentamos entrar aquí 

-Yo cuarenta y una, la bronca de mi madre y tirar a hervir la ropa para no infectar la casa. -Ambos introducen sus pies en bolsas de basura, las precintan a la altura del tobillo. –

Llega cantando junto a la valla una mujer cincuentona, delgada en extremo, con el pelo rizado, bastante sucio. 

-Ahí está la “pelo polla”. 

“Pelo polla” llama a los gatos con el cariño de quien llama a sus hijos, va sacando del infecto carro de la compra tuppers con comida para los felinos. Luis prepara su tirachinas casero, manufacturado con un globo y la boca de una botella de plástico. Le carga una canica, pero Víctor lo detiene. 

-Si no esperas a que abra la comida, no funcionará el plan. 

Víctor prepara un pulverizador de mano con insecticida de uso profesional. La “pelo polla” abre los tuppers, se le acerca un tumulto de gatos, algunos se le suben por encima, ella les da besitos. 

Luis carga la canica y tensa el globo. 

-Espera, Luis. Todavía no. 

Todos los gatos rodean a la mujer y la comida, dejando despejada la entrada al espacio inaccesible, ese lugar abandonado al que llevan intentando acceder desde hace 3 meses. 

– ¡Ahora! 

Luis abre fuego, la canica golpea en la frente de “Pelo polla”.18 

– ¡La madre que os parió! ¿Quién está ahí? 

-Esa bruja es inmortal, tío. 

Luis recarga y dispara, con la misma buena puntería. 

– ¡No vais a evitar que alimente a mis niños! -Gruñe la mujer. – 

-Veremos si puedes con Islero. -Luis carga en el tirachinas un dardo con la punta bien afilada. – 

– ¡Fuego! -Grita Víctor. – 

El dardo sale con tanta fuerza del tirachinas, que se clava en el vidrio de las gafas de pasta de la “pelo polla”. 

– ¡Mal nacidos!¡Hijos de puta! 

“Pelo polla” vierte sin cuidado la comida dentro de carro, huye maldiciendo con el dardo clavado en las gafas. Toda la legión de gatos la persigue en busca de alimento. – ¡Pasamos a la fase tres del plan! 

Víctor se tapa las narices con un pañuelo de tela, rocía con el pulverizador de mano las bolsas colocadas en los pies de su compañero y suyas. 

– ¿Eso funcionará contra las pulgas?

-Es el insecticida que utiliza mi hermano en el trabajo. 

Encienden las linternas, Víctor en vanguardia, rociando por delante suyo con el pulverizador el suelo, sobre todo el colchón y ropa, donde las pulgas saltan antes de morir. Llegan frente a unas puertas y ventanas traseras del viejo edificio. Luis las empuja, pero están muy bien atrancadas. 

– ¿Y ahora qué? Nunca habíamos conseguido llegar tan lejos. 

Víctor coloca del revés dos cubos de pintura vacíos bajo una ventana sin vidrios pero con barrotes, saca de su mochila una pata de cabra. 

– ¡Ayúdame! 

Colocan la pata de cabra de tal manera que pueden hacer palanca en uno de los barrotes. Tras varios empujones, lo arrancan de la pared. Luis, sin pensarlo dos veces, mete la cabeza. 

-Sí pasa la cabeza, pasa el cuerpo. 

– ¿Tú has visto mi culazo? -Le contesta un preocupado Víctor. – 

Luis ilumina dentro, tres ratas asustadas por el fogonazo de luz huyen de un salto por la taza de váter, justo debajo de Luis. 

– ¿Cómo lo ves ahí dentro?

Con bastante destreza Luis introduce el cuerpo, hace pie en la polvorienta cisterna del váter. Baja la tapa con una patada, no vaya a ser que las ratas se lo piensen y vuelvan. 

-Pásame las mochilas. 

Víctor le da las mochilas e intenta entrar, pero su torpeza se lo impide. Luis, aguantando la risita, baja de la cisterna al suelo con un salto. Lleva las mochilas colgadas en cada hombro. 

-Vamos, gordinflas. ¿No has visto como lo he hecho? 

– ¡No me agobies! 

Víctor consigue pasar dentro su pierna izquierda, pero se ve incapaz de meter el resto del cuerpo. Luis vuelve con un viejo taburete de madera, lo coloca sobre la tapa del váter. Guía el pie de Víctor hasta que lo posa, lo que le permite pasar el otro pie y la cabeza. 

-Date prisa, a las 19:00 dan el “Patoaventuras”. -Le recrimina Luis. – 

-Debemos localizar unas escaleras de madera. -Le contesta Víctor, intenta recuperar el aliento. – 

Los dos amigos abren la puerta del lavabo, iluminan con sus baratas linternas de pila de petaca un largo pasillo, cuyo suelo son listones de madera. El polvo posado encima y las telarañas delata un lugar sin paso de vida durante años.

Apenas dan unos pasos en ese pasillo notan un cosquilleo desagradable en todo su cuerpo. La humedad incrustada en las paredes de hormigón se adhiere a sus espaldas y la oscuridad pesa sobre ellos, sin que el haz de las linternas pueda atravesarla. Asustados corren por el pasillo hasta llegar a la parte trasera de un escenario. Se apoyan en un piano devorado por la carcoma y con un búho disecado encima, Luis es el primero que se atreve a hablar. 

– ¿Qué demonios ha sido eso? 

-Deberíamos buscar otra salida… no me apetece volver a pasar por ahí. 

Iluminan con sus linternas viejos carteles de películas de los años setenta: “El Padrino”, “Tiburón”, “Apocalypse Now”. Concentran la luz en la enorme tela blanca de una pantalla de cine, se encuentran entre bastidores, junto a las cuerdas para subir el telón y restos de decorados teatrales pintados a mano. 

Víctor se acerca a una puerta, coge el pomo y la abre. La palma de su mano está negra de la roña acumulada durante años. 

-A la próxima le pedimos a mi hermano guantes de látex. 

Ilumina el interior, allí está la escalera de madera, muy empinada. 

– ¡Bingo! -Luis sostiene en sus manos una revista porno. –

-Tío, tienes un don para encontrar pornografía oculta. 

Inician el ascenso en fila de uno por la estrecha escalera, según suben más escalones, hay más excrementos secos de paloma, hasta entrar en la sala del proyeccionista. En esa habitación se encuentran como en una cápsula del tiempo cinéfila, con vistas a una platea y anfiteatro con capacidad para 800 personas. 

Víctor aparta las telarañas del proyector Ossa, ilumina en su interior, la linterna del proyector no lleva bombilla sino carboncillos que se prenden. 

-Esta máquina tiene mínimo 50 años, y la familia Hornero abrió este cine en 1964. 

Luis juega con las dos bobinas de la mesa de rebobinado y corte de película. Se huele las manos, le apestan a acetona. 

– ¿Ya estás intentando averiguar el secreto de las máscaras aztecas? Me dijiste que antes fue teatro. 

-Sí, empezó en 1955. 

-Averiguaron que es más lucrativo el cine que el teatro y le compraron el proyector a algún cine que cerró. 

-Tienes razón… el cine Moderno abrió en 1929 y cerró por esas fechas.

– ¡Somos conquistadores de este lugar! ¡Y los colonizadores quieren su botín! ¡Por el Rey, por Viladecans y por nosotros! -Grita Luis guardando en su mochila un programa de 1966 y carboncillos del proyector. – 

Los dos amigos abandonan la cápsula del tiempo tras saquearla, bajan por las escaleras. Víctor guarda en su mochila el objetivo del proyector y un libro de entradas, llega nuevamente entre bastidores, pero se detienen frente al oscuro pasillo. 

-Por ahí no quiero ir. -Se queja Víctor. – 

Luis le lanza una burla despectiva, camina con cuidado hasta el centro del siniestro pasillo, cada paso es un quejido de las viejas maderas. 

-Anda ven. En un minuto estamos fuera. 

Víctor ha estudidado muy bien el edificio desde fuera durante largo tiempo, es consciente de la poca posibilidad de encontrar otra salida. Camina acojonado hasta Luis, quien le arrebata la linterna cuando están juntos. 

-Se me ha ocurrido una idea para que superes tu miedo a la oscuridad. 

-Sea lo que sea… no va a ser una buena idea. 

-Sólo lo hago con tu aprobación. Treinta segundos sin luz.

-Lo voy a calcular. -Víctor intenta disimular su miedo. – 

Víctor pone en marcha el cronómetro del Casio, Luis apaga las dos linternas, quedando en la más absoluta oscuridad. 

30, 29, 28… 

Ruido fuera, un coche pasando. 

20, 19, 18… 

Una madera del escenario cruje. Víctor, instintivamente agarra la linterna, pero Luis no la suelta. 

-Aguanta. La madera crepita con los cambios de temperatura. 

10, 9, 8… 

Fuera hace frío, pero dentro la sensación es de menos grados, les sale vaho por la boca. La fría humedad los empieza a envolver. 

5, 4, 3… 

-Ves como no iba a pasar nada. 

Escuchan una voz de niño sin saber su procedencia. No es que la escuchen cerca o lejos, les envuelve a los dos. Habla susurrando, ininteligible. Aunque no es en tono de amenaza, la espalda se les hiela.

– ¡Luis! ¡Vámonos de aquí! 

La voz dulce se vuelve hosca y pronuncia unas palabras, como si entre los dos hubiera una persona. 

-VENID CON NOS. 

Víctor y Luis encienden las linternas, están rodeados por una neblina roja que parece juguetear alrededor de ellos. No recuerdan como han recorrido el pasillo, subido a la cisterna y salido por la ventana. Tenían claro que debían salir de allí y ahora recuperan el aliento en la calle. 

-¡Eh! ¡Vosotros dos! 

Los dos amigos se sobresaltan, enfocan con las linternas a un abuelo que va de la mano con su nieta. 

– ¿Habéis salido del cine? 

El abuelo les hace gestos para que le aparten la luz de la cara. 

-Ese lugar lo conozco bien y es peligroso entrar. 

-No hemos entrado… si está en riesgo de derrumbe. -Se atreve a pronunciar Víctor, apaga la linterna.- 

-Exacto. Una constructora me ha comprado los terrenos para edificar una urbanización.

– ¿Usted pertenece a la familia Hornero? 

-Mi abuelo, Enrique Hornero, era el dueño del cine. De niño, más pequeño que vosotros, me ponía a cortar entradas de cine, e incluso a veces a cobrar en taquilla. Me encantaba, para mí era un juego. 

– ¿Y por qué su padre no continúo con el negocio? 

-Aparecieron esos malditos videoclubs. Nos propusieron convertirlo en sala X, pero nos negamos. Y ahora resulta que con los próximos “Juegos” valen más estos terrenos que el edificio. 

-La pala de la excavadora borrará el pasado para construir el futuro. -Dice para sí mismo Víctor.- 

-¡Oiga ! ¿Y qué nos puede decir de las voces de ultratumba y neblinas rojas de ahí dentro? -Interrumpe Luis. – -¿Disculpa, chico? -La nieta, asustada, rompe a llorar junto a su estupefacto abuelo. – 

Víctor se siente culpable, abre su mochila y saca el librillo de entradas. Se lo da al anciano, que se emociona cuando lo tiene entre sus manos. 

-Es un regalo, señor. ¡Buenas noches! 

Víctor y Luis salen corriendo hasta llegar bajo la luz de una farola.

-Víctor, ¿Por qué se lo has dado al abuelo? Es nuestro botín. 

-Pareces gilipollas preguntando esas cosas. -¡Ese lugar está maldito! No pienso volver. 

Víctor saca el objetivo del proyector, lo sostiene en su mano. 

-La verdad, no sé tampoco por qué me he llevado esto. Mi madre me va a someter a un interrogatorio por un objeto que sólo va a coger polvo en mi cuarto. 

Víctor lanza el objetivo dentro del contenedor, los dos amigos inician la marcha. No van a llegar a tiempo para cenar, pero por lo menos no habrá bronca por agujerear los pantalones del chándal.


F. Carlos Campillos AKA Urbex Leone (Barcelona, 1979), es de los primeros exploradores urbanos en España. Se le debe el primer documental rodado en el país sobre la afición, “Exploradores del olvido”, y su continuación, “Buscadores del olvido”, siendo el primer largometraje en Europa dedicado a ésta temática. Ha realizado dos exposiciones fotográficas, “Los exploradores urbanos” y “Los lugares olvidados”. En la actualidad dirige un podcast destinado a no perder la historia de la afición, “La hora del explorador urbano”.

“Exploradores urbanos: las crónicas del tiempo perdido”, es su primera novela, y la primera en lengua castellana que trata en clave de ficción el Urbex.

Exploradores urbanos: las crónicas del tiempo perdido

Año 1989, Barcelona y alrededores están inmersos en un profunda transformación urbanística para la Olimpiada del 92. Un grupo de adolescentes del extrarradio, ávidos de emociones fuertes y amantes de la historia, deciden adentrarse en un mundo y formas de vida que desaparece a golpe de progreso. Sin saberlo, están creando una nueva afición: la Exploración Urbana y de lugares abandonados (Urbex).

Pero ellos, que buscan el olvido, encontrarán el horror en un lugar abandonado marcado por el dolor.

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