El poder de reencontrarte

En el ritmo acelerado de la vida cotidiana, es fácil desconectarnos de lo más esencial: nosotros mismos. No se trata de narcisismo o una forma de egoísmo, sino de esa conexión profunda con la brújula interior que nos guía.

Cada persona tiene un gran poder dentro, aunque no siempre se aprovecha. Ese poder surge cuando nos enfocamos en lo que realmente podemos controlar: nuestras emociones, decisiones, relaciones importantes —tanto personales como profesionales— y los resultados que deseamos alcanzar en nuestro quehacer cotidiano.

Por el contrario, lo perdemos cuando permitimos que las emociones nos desborden y nos alejamos del presente y de la realidad que podemos influir. En especial, si estás desconectado sientes que te faltan energías, estás perdido/perdida, sin claridad mental.

Muchas personas que conozco simplemente son tan exigentes consigo mismas que ellas mismas se agotan con un exceso de responsabilidades. Otras veces es por falta de límites tanto en las relaciones con otras personas como con las circunstancias, como resultado, no hay espacio para tu recuperación. Sobre todo, en ciudades, parece haber un estrés crónico y se normaliza porque está extendido.

La ciencia ha acumulado evidencias sólidas que demuestran los efectos negativos del estrés crónico en la salud humana, afectando tanto el bienestar físico como mental de las personas. Este tipo de estrés prolongado contribuye al desarrollo de múltiples enfermedades, como problemas cardiovasculares, trastornos metabólicos y enfermedades mentales, lo que no solo genera un importante sufrimiento individual, sino que también representa un desafío significativo para la salud pública.

El impacto social se traduce en altos costes económicos debido a la pérdida de productividad, el aumento del gasto sanitario y la disminución de la calidad de vida de amplios sectores de la población, evidenciando la urgente necesidad de estrategias efectivas para su prevención y manejo. Aquí hago hincapié en lo importante que es reconectar con uno mismo para volver al centro, estar en el presente y tratar de reducir ese estrés.

Reconectar contigo mismo no requiere fórmulas complicadas ni soluciones mágicas. Es algo natural y sencillo, tan habitual que a menudo pasa desapercibido. Puede ser escuchar una canción que te calme, dar un paseo por la naturaleza, practicar deporte o sumergirte en un buen libro. Son esos momentos de presencia tranquila, esa “alegría del ser” que describe la filosofía oriental, donde el tiempo parece detenerse y la armonía aflora. En esos instantes, experimentamos un estado de flow que reduce el drama y aumenta la claridad mental.

Un hábito poderoso es incorporar a tu día a día pequeños espacios de calma y conciencia. Por ejemplo, en esos momentos de espera —la cola del supermercado, el autobús, en el médico— toma aire lentamente por la nariz durante 3 o 4 segundos, retén la respiración y déjala salir en unos 6 a 8 segundos. Si prestas atención a este proceso, la mente se aquietará y sentirás paz, aunque solo sea por un instante breve. Practicar esto a diario es muy poderoso, porque crea espacios de conciencia que fortalecen tu conexión interior.

Por supuesto, la vida no es un camino recto ni exento de dificultades. Surgen retos y tensiones, conflictos, pero a veces, incluso cuando las circunstancias son favorables, nuestra mente puede sabotearnos y alejarnos de aquello que nos impulsa.

Reconectar contigo mismo tiene un impacto directo en tu entorno: en tus relaciones familiares, con amigos, colegas de trabajo.

Por eso, te propongo detenerte un instante y hacerte estas preguntas: ¿cuándo fue la última vez que te conectaste realmente contigo mismo? ¿Qué prácticas o espacios te ayudan a recuperar ese equilibrio y esa serenidad? ¿Con qué frecuencia te permites volver ahí?

Si todo esto resuena contigo, te invito a descubrir más en mi libro Conecta tu poder: sabiduría del Budō y liderazgo consciente, donde se explora cómo el liderazgo y el empoderamiento personal comienzan con la conexión auténtica con uno mismo y con los demás.

No te vayas sin decir algo