Este trabajo se refiere a la relación del hincha con su equipo de fútbol después de la muerte. Es producto del recorrido por el sur de Brasil y la Ciudad de Buenos Aires en Argentina, donde se observa cómo los amantes muertos llevan su afición hasta convertirse en cenizas. El resultado es la constatación de una pasión que excede los límites corporales y espaciales ligada a la pertenencia de clase. Después de la muerte el hincha quiere vestir su camiseta y ser recordado por su devoción e infinito amor.
Alejándose de los estudios lingüísticos para entrar en el campo de la memoria, en la decisión soberana de cómo el individuo quiere que recuerden las pasiones que en vida motivaron la existencia de lo que ahora es un nombre plasmado en una lápida fría y tenue. Algo carente de sentido para algunos, con sentido vital para otros. Dejar sentada la idea de que el amor desencarnado es la verdad última cuando la muerte se aproxima, así Bataille propone que la muerte sea aparentemente la verdad del amor.
El gusto juvenil está atravesado por la ropa, música, los deportes. El entorno social condiciona las manifestaciones culturales y políticas. Todas esas esferas que afectan al individuo se entrelazan por el capitalismo, en cada espacio y todo encuentro la relación comercial oprime. Dentro de ese régimen rector de consumismo se cuelan relaciones que nacen de otro tipo de apegos. El gusto por un equipo de fútbol surge para superar barreras infranqueables, relaciones próximas o frustradas entre padres e hijos o para fortalecer amores imperecederos como el nostálgico compartir con el abuelo en las gradas de un estadio superan la misión devoradora del mercado. El equipo de fútbol se adquiere como una religión, es un emblema que la gente lleva a lo largo de su vida.
El fútbol con la llegada de la adolescencia es militancia, para enfrentar la autoridad a la salida de un clásico, para dividir a la ciudad en el club de izquierdas o derechas, mientras las cosas se libran en el plano deportivo permite la coexistencia con el otro. La presencia de la mesura y el diálogo no agota la disputa y el boquilleo en contra del rival. La pertenencia es cada vez más fuerte: “nuestro equipo”, “mi equipo”, “nuestro estadio”. Desde el punto de vista ajeno a esta pasión, quizá un tema banal; vital cuando se trata de hinchas y emblemáticos equipos.
«El gusto por un equipo de fútbol surge para superar barreras infranqueables, relaciones próximas o frustradas entre padres e hijos o para fortalecer amores imperecederos como el nostálgico compartir con el abuelo en las gradas de un estadio superan la misión devoradora del mercado»
Entre las élites casi no existe participación de la pasión por un equipo en tal magnitud, podría ser que la identidad de clase sea otro elemento cohesionador de integrantes de la hinchada, que no en pocas veces suele ser aprovechado para alcanzar réditos políticos por esas élites que juegan con todo aquello que para el pueblo es importante.
La pasión está en las masas, el pueblo genera una propia historicidad a partir de cada temporada, el obrero conoce de jugadores, las preocupaciones del técnico, alienta sin importar el resultado, no deja impune la falta de entrega en el campo de batalla de sus jugadores, los ataca cuando percibe que su participación en campo es de forma exclusiva por el rédito económico y heroiza a quienes celebran cada victoria como cada uno de los fieles seguidores, a esos que besan su camiseta después de un gol decisivo y eriza la piel de todos.
La congregación en el estadio, es coexistencia en la vida, en las gradas todos entienden el malestar y carencias del hincha que viste el mismo emblema. Ese puñado de camaradas viven la insurrección en cada partido, la revolución está en la audacia del grito desmedido por una injusticia que afecta a todos. El fútbol es una forma libertaria de enfrentar la vida.
El hincha se convierte en actor político por su ilimitada militancia, el sujeto apasionado pierde de forma consciente y continua frente a marketeros políticos y deportivos, sin importar si existe futuro, se endeuda hasta el cuello para comprar la nueva camiseta o pierde la vergüenza en las afueras del estadio para reunir de moneda en moneda el valor del boleto. El fútbol es la posibilidad de seguir aquí después de la muerte, por eso se aferra y deja sentado en cada acto que después de la muerte va a seguir alentando. Lo último en olvidar de un hincha es su pasión por su equipo y la voz con que alentaba.
Cuando el deseo sexual se impone con la consecuencia del encuentro íntimo como último contacto antes de la muerte de uno de los amantes, el recuerdo final que deja es el olor de su cuerpo o sus manos recorriendo la piel del apasionado. En el hincha lo último que se extingue es su voz, él regresa a la vida cuando hablan de su equipo en familia, cuando recuerdan la pasión irrefrenable al hablar de su derrota durante toda la semana posterior al clásico. La voz se convierte en elemento de conexión, con ella dejó la fuerza en el estadio alentando con fulgor, de ella llenó de conversaciones sus entornos familiares y sociales. Por eso me pregunto sobre la relación entre fútbol y muerte, o el fútbol después de la muerte. En la muerte está un consentimiento muchas veces demagógico, antagónico de la realidad; la promesa de seguir amando hasta después de la muerte, el ofrecimiento alcanza pocas relaciones conocidas, quizá esta podría ser una de ellas.
«En el hincha lo último que se extingue es su voz, él regresa a la vida cuando hablan de su equipo en familia, cuando recuerdan la pasión irrefrenable al hablar de su derrota durante toda la semana posterior al clásico»
En Brasil, en el estado de Rio Grande do Sul existen dos equipos “fuertes” con tradición de rivalidad deportiva, el Gremio (tricolores) y el Internacional (colorados). Se dice que el futuro suegro antes de preguntar al prospecto de yerno cómo sustentará económicamente el hogar, le pregunta si es gremista o colorado, de eso dependerá su aceptación en la nueva familia. En Pelotas, ciudad del interior del estado, está el cementerio São Francisco de Paula en el Barrio Fragata, este camposanto se creó en 1855 después de una epidemia de cólera, conocido como el “Cementerio de las Élites” (Figura 1), por las personalidades que fueron enterradas en el lugar y la arquitectura exuberante para mediados del XIX.

El cementerio se divide en tres áreas, la parte antigua por la que surgió el apelativo, la parte moderna frontal y una parte posterior periférica. En el cementerio antiguo de las élites, todas las tumbas tienen lápidas de mármol, esculturas que han resistido casi dos siglos por la calidad de los materiales con que fueron construidas. En el sector periférico, las tumbas no tienen lápidas, los nombres y las fechas de nacimiento y deceso están escritas en el cemento fresco, con una tiza o carbón, en esta zona el fútbol renace a los hinchas, el torcedor deja inscrita su pasión, la clase junta a varios de ellos en pocos metros (Figura 2 y 3). El fútbol es una prolongación de la vida de las clases populares.


Las tumbas que no poseen lápidas y que el deterioro es evidente, la pasión por el fútbol es recurrente. El fútbol después de la muerte es la forma de reivindicar la existencia entregada a una pasión, que reverbera en la conciencia de clase al construir una estética propia desde los colores del emblema que pervive más allá de la existencia entregada a ese amor.
Los procesos de historizar al subalterno acaban por escoger a uno y convertirlo en parte de la élite, por tanto, no existe espacio más subalternizado que el espacio periférico de un cementerio, en ese lugar, familiares y amigos que conocían a quien queda al interior, traen a la vida su rostro, nombre, objetos-amuleto para alentar, y crear una historia de vida que gira en torno a la pasión más allá de la muerte por su equipo. A quien, los intereses y la pertenencia de clase oprimen hasta después de la muerte. Interrogar y cuestionar las desigualdades constata la obligatoriedad de buscar de forma conjunta soluciones, ahora, el fútbol es apenas el esnórquel que lleva aire bajo todas las camadas de opresión que se superponen sobre estos eternos seguidores, que descansan en un silencio parecido al que se vive por unos segundos al recibir un gol decisivo en el último minuto.
«El fútbol después de la muerte es la forma de reivindicar la existencia entregada a una pasión, que reverbera en la conciencia de clase al construir una estética propia desde los colores del emblema que pervive más allá de la existencia entregada a ese amor»
En la época que transcurre, lo popular se está haciendo de derecha, la esencia utópica de los “verdaderos” hinchas por el campeonato debería tener más de heroicismo que una aburrida costumbre de alcanzar títulos de los clubes que están siendo comprados por multinacionales. El capital busca convertir a los equipos de fútbol en máquinas de apuesta y de venta irrefrenable de camisetas con el nombre del nuevo refuerzo millonario. Es más entrañable la resistencia profunda de esos hinchas que alientan al equipo que no alcanza estrellas en su pecho por varias temporadas y que a pesar de eso cada fin de semana están en las gradas esperando una ilusión.
El panteón nacional es pesado y monótono, su anacronismo conserva las historias oficiales, poblado de presidentes, obispos, generales, notables políticos, debería ser trastocado por el ingreso de un cortejo de representantes de grupos anteriormente ausentes, los hinchas; cuan vivo sería un cementerio con los colores de los equipos y esa pasión después de la muerte, el color fugaz de las flores pronto adquiere el mismo desteñido de lápidas y cruces.
En Brasil las familias adquieren un nicho, en él descansan los restos de varias generaciones. Ante un nuevo fallecimiento, retiran el cajón anterior que debe tener más de cinco años del último deceso, extraen el barro, ropas y restos de huesos, los colocan en una bolsa o urna, esto depende de la decisión económica de los familiares, e ingresa al mismo nicho junto al féretro de otro familiar. En las lápidas suelen estar fotografías de tres o más personas (Figura 4). Cada una de ellas, porta el emblema de su equipo, algunas dinastías preservan su pasión por el mismo equipo o en ese nicho a más de varios restos “conviven” los colores de varios equipos (Figura 5).


El cementerio de la Chacarita en Buenos Aires, posee nichos en pared, panteones clásicos que albergan familias, y sepulturas en rasante destinadas a acoger cadáveres distribuidos en parcelas con ornamentos y características que construyen un paisaje de cruces sucesivas acompañadas de montículos de césped y tierra. Entre los colores opacos de cruces matizan pigmentos cromáticos de banderas y camisetas de equipos de fútbol (Figura 6), este espacio es el de menor precio a pagar por el alquiler anual del nicho, aquí están enterrados los hinchas, una vez más, unidos por la clase hasta después de la muerte, diferenciados por el color de su equipo.
Boca Juniors y River Plate son los equipos más conocidos de Buenos Aires, la realidad y pasión local por el fútbol exponencialmente se desborda en el número de cuadros que disputan los torneos y dividen el número de seguidores. Han militado en primera división hasta 16 combinados de la provincia, Vélez Sarfield, Argentinos Juniors, Huracán, San Lorenzo de Almagro, Racing, Independiente, Defensa y Justicia, son algunos de los que convocan miles de incondicionales de forma recurrente.
Esa viva representación futbolística de la provincia se repite en el cementerio (Figura 7). El ingreso a la necrópolis está trazado por las calles que circundan panteones de personalidades y las familias más acaudaladas de la ciudad, que se fueron sumando a los pioneros restos de las víctimas de fiebre amarilla que para 1871 no daban abasto en la Recoleta y parque Patricios.
Nadie repara en los fanáticos que sostienen a través de una cruz su camiseta alentando desde el cajón, las letras de las barras no son demagogia. “Vayas donde vayas voy a ir, vos sos la razón de mi existir”, con la muerte se devela que las letras están en contrasentido, el hincha es el que se va y sigue alentando, el hincha es la razón de existir del equipo.


En el fascinante universo del fútbol, donde la pasión y la emoción se entrelazan en cada encuentro, se teje una compleja red de significados que abarcan desde la vida hasta la muerte. En los estadios, llenos de fervor y energía, se despliega un drama humano donde la euforia de la victoria se entremezcla con la sombra de la derrota y las frustraciones acompañan a los hinchas del estadio al cajón, siendo el fútbol la única emoción que distrae por unas horas la insatisfacción del salario básico y sus sueños de grandeza.
Al igual que en las bóvedas clásicas de entierro, donde reposan los restos de personalidades, héroes y leyendas, el estadio adopta una solemnidad similar durante cada partido. En esta arena donde no se muere físicamente, pero se percibe el peso de la mortalidad en cada paso, cada encuentro se convierte en una batalla épica. Sin embargo, a diferencia de las bóvedas carentes de color, los colores del equipo emergen como símbolos de vitalidad en este escenario. Estos colores conectan a la comunidad en un vínculo que trasciende el tiempo y el espacio, inyectando vida y emoción en un lugar que de otro modo sería monótono y sombrío.
«En el fascinante universo del fútbol, donde la pasión y la emoción se entrelazan en cada encuentro, se teje una compleja red de significados que abarcan desde la vida hasta la muerte»
La voz requiere más dB en el estadio, resonando en cada rincón como un eco de la pasión conjunta, se convierte en el vínculo que une el pasado, el presente y el futuro del equipo. En el juego, donde la muerte acecha en cada tiro de esquina en los últimos minutos de compensación, también se vislumbra lo efímero de la vida, avivado por la pasión de los aficionados y la energía inextinguible que se trasmite más allá del último aliento.
Existen dos gritos que vitalizan al hincha, el de su barra, y en el intervalo, los voceadores de comida, a medida que se extinguen esos personajes de retaguardia, la nostalgia se acrecienta. El grito es la acústica insigne de la rebeldía, no existe una revolución sin su presencia, todas las luchas ganadas en las calles serían mito sin el grito de las clases populares, ¡qué energizante es gritar en sujeto colectivo!, el hincha lo sabe.
Para articular la intersección entre la pasión por el fútbol y la identidad cultural del Sur, se encuentran figuras emblemáticas cuyas vidas evidencian esta conexión intrínseca. João Ubaldo Ribeiro, en su obra, desentraña las complejidades del poder y su interacción con las dinámicas sociales, revelando una red de influencias aparentemente impredecibles que subyugan a las mayorías marginadas, incluyendo a los pobres, indígenas, negros y excluidos. Esta potencia, inherente al pueblo y potenciada por el fútbol, se manifiesta de manera más palpable en el Sur, donde diversos colectivos, de manera inadvertida, cohesionan en momentos críticos de resistencia histórica. La ascensión al poder de estos colectivos se vincula con su capacidad de reconocerse como parte de un todo, en contraposición a aquellos que, se aferran a la ambición individual, incapaces de concebir la colectividad que el fútbol fomenta. En este contexto, el ejercicio del poder solo adquiere visibilidad al ser puesto en práctica, revelando así las complejas dinámicas sociales y políticas que caracterizan esta interacción entre pasión, fútbol y Sur que acompañan hasta cuando dejamos de estar.
Al final de cuentas, el fútbol, es el único elemento vital hasta después de la muerte que ha permitido un proceso extenso de contra-conquista de occidente y en lo local de las clases populares. Los pobres siguen siendo los mejores jugadores, así como los pobres son los mejores hinchas. Pueden pasar cien años que no existirá un gringo con la calidad de Pelé, podrán transcurrir tres siglos que la posibilidad de que exista un inglés como Maradona seguirá siendo lejana. En esa resistencia silenciosa desde los cementerios, quizá exista un momento en que esté normalizado enterrar a los hinchas con los colores que en su existencia carnal le dieron la vida que necesitaba, si es así, el sonreír y llorar será tan intenso que solo los que tengan la misma pasión lo podrán entender.
