A casi todos nos ordenan mandatos que a veces nos hieren el alma

A casi todos nos ordenan mandatos que a veces nos hieren el alma. Quién no reclama sus derechos, que nos quitan el sueño. A pesar de cumplir con los días que no son pasajeros con normas y estatutos. No hacemos borrador de ellos. A veces queremos besarlos, pues nos pagan un sueldo que es nuestro. Otras odiamos sus ropas por querer cambiar nuestros sueños. Vi como ordenaban servidumbres, los dueños y dueñas que luego abrasaban en fuego.

Vi como ordenaban servidumbres, los dueños y dueñas que luego abrasaban en fuego. Escuché como hombres y mujeres hablaban de labores con naturaleza sabia, y en un segundo, bajando secretos, escribían sin pausa cartas donde despedían almas sin tener que esperar escritorios. Mi elegía es como todas. El final de una muerte que acaba donde empieza el duelo de los que siempre estuvieron. Es ahogar a los que dañan con puñales de rabia y quiebran trabajos de los que se siguen charlando.

No es otra que hundir cuchillo de oro en membretes de cartas, para descubrir el fraude de los que mienten en tiempos de ocasiones ordinarias. Mi elegía es canto… dolor envuelto… pensamiento de los que acompañan días y años y sobre todo mariposas en silencio.

Mi quejido es proclamar, que en el pozo de los lamentos enterré sin ternura a los superiores que existieron. Pues en ellos ensañe la espada bañada en sangre y aguardé que la justicia me diera méritos. Mi elegía pues es para ellos y obradores del tiempo…

Viene de lejos volando en alfombra. No utiliza manos ni tampoco candiles. Huele a poder, pues sus dedos son verdes y mandan en zapatos. Dicen que parece un mago, pues sus ropas juegan con el cielo y se mantienen firmes, comiendo el infinito y barriendo estrellas ocupadas.

Tiene barba de profeta, que le crece con sueños y adivinos que no son más que infantes que engullen cuentos infinitos. Adora su tez, que engalana a su vez en cada campanada que sosiego da el obispo en cada sepultura. Visita los hogares que permiten la merienda y juegos de doncellas que arden en sed. Sus palabras se convierten en libro, y sus libros se reservan para tardes que acaban cuando lo hace el carbón.

En el entierro de Yerma se le cita con el asunto de tierra y honor.

Sus manos se vuelven azules, pues el verde le desgarra las uñas y la cara. Las doncellas lo golpean juntas, con los puños, pues no encuentran ninguna sensatez. El firmamento lo abandona. Una estrella le roba el pantalón y con él se cose un vestido sin hacerlo del revés. Las casas le cierran chimeneas y clavan sus ventanas con segura certeza. Un hombre joven le corta sus barbas y lo peina. Sus palabras se esculpen en pentagramas, transformándose en notas, y el gentío baila porque suena a fiesta obsoleta. Se acercaba en la alfombra… y no fue más que un traidor en tiempos de paz.

No podéis darle abono en su regazo ni dejar que llueva en su frente. Ni colorear su peinado para convertirlo en retrato. Su cara esculpida en lienzos y en libros plagiados de eruditos, en signos, los ciegos pueden llevar el féretro hasta donde está escrito.

La fotografía toma vida y reposa en mesas y despachos sin limpiar…y aparece de nuevo en el tenedor y detrás de las cortinas con el sudor apagado. Como buena gobernanta lleva las llaves de nuestro destino.

Abre la puerta negra con olor a hierba buena.
Amo la hierba que me unta con el dolor del insomnio y la abandona en el guardarropa que no tengo.
Abre los ojos rosas con delirios de colores oscuros.
Amo los ojos que me embriagan con color incierto sin saber cuántas guerras vieron.
Abre las palmas de las manos con objetos de cementerios rotos.
Amo las manos que me embalsaban con el dolor de los que murieron y buscan sepultura en lugares donde corre un poco el viento.
Abre los jardines con flores sin vergüenza.
Amo las ramas que poseen y entrelazan mi cuerpo mientas beso rosas y claveles con tallos verdes.
Abre parques, caminos y fronteras con suspiros de pena y nobleza.
Amo la piedra que salto en muros y araña mis piernas.
Abre el pueblo y la ciudad para otorgar pan.
Amo el lugar donde mi llanto despertó, porque dotaron en mi frente una hogaza llena de Ángeles y demonios azules.
Abre la boca del sabio y adormece a enamorada.
No amo al sabio, pues sus quehaceres eran más inmensos que palabras trae el que fortuna nos adorna Navidad y nos colma de sillas nuevas.
Abre la casa… con olor a nostalgia… y se cierra el pórtico… impregnado de nieve.

Por todos los que dedicamos y dignificamos nuestra labor.

No te vayas sin decir algo