Un francés, un tanto calavera, se arrepiente de lo mal que se ha portado. Sus compañeros dicen de él que tiene espíritu de lunes, de «no volveré a meter la pata».
Me duele el tiempo de mi juventud
me evadí más de forma caprichosa
hasta bien entrada la senectud.
Una vez perdida, mi pregunta es ambiciosa:
¿Ya que paso a paso no se ha ido,
ni a caballo, entonces, como fue la cosa?
De golpe entera ha desaparecido
y me deja una interrogante indecorosa.
Tengo claro que de haber estudiado
en lo tiempos de mi juvenil parranda
y si me hubiera a buenas cosas dedicado
tendría hoy un hogar y cama blanda
por contra de la escuela he abdicado
huí con los malos niños todos en panda
y ahora que el testamento veo acabado
ya mi corazón no sabe por donde anda.
F. Villon (1431-1463)
Habla ahora un Toledano que es militar. Piropea de forma descarada a la camarera que sirve el desayuno. Le llaman el Martes por lo del dios de la guerra.
En tanto que de rosa y de azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.
Garcilaso (1500-1536)
Le llega el turno al apuesto francés, elegante y de ademanes suaves y acogedores, como una velada en mitad de la semana, un miércoles lluvioso calentitos dentro de casa. Al ver que la rubia camarera no hace mucho caso le dice sin tapujos que espabile.
Cuando vd. sea una viejecita en casa al atardecer,
sentada cerca del fuego, enhebrando aguja e hilo,
dirá cantando mis versos, encantada de leer:
«Ronsard me piropeaba, mi belleza le tuvo en vilo».
Al punto no habrá sirvienta que al oír esa noticia
aunque medio dormida estuviese al coser la prenda
con el sonido de mi nombre no mirara con malicia
alabando vuestro nombre convertido en leyenda.
Yo estaré bajo tierra, como fantasma deshuesado
entre mirtos ensombrecidos tomaré mi reposo
pero tu serás junto al fuego una vieja encogida.
Lamentando mi amor y tu rechazo atormentado.
Vivid, si me creéis, no esperéis el futuro dudoso
coged desde ya mismo las rosas que da la vida.
Pierre de Ronsard (1524-1567)
Entonces un melancólico portugués, conocido en el ambiente por el señor jueves, ya que siempre andaba con añoranzas del lejano fin de semana pasado, y no acababa de entrar en la alegría del próximo, habló con gravedad de lo triste que es la vida, en la que no encuentra nada lo suficientemente seguro en lo que apoyarse. Vamos que todo cambia, incluso el mismo cambio es diferente cada vez.
Cambian los tiempos, se tuercen las voluntades,
es diferente nuestro ser, se pierde la confianza;
todo el mundo está compuesto de mudanza,
y adquiere siempre nuevas cualidades.
De continuo vemos extrañas novedades
diversas en su totalidad a lo esperado;
olvidamos los dolores del mal en el pasado
y del bien, si hubo, quedan las «saudades».
Cubre el tiempo de un verde manto
el suelo antes tapado por nieve fría
y al fin, hace del dulce canto, un llanto.
Y, ahora este renovarse de cada día
se llena de un mayor espanto
pues ya no cambia todo, como solía.
Luis de Camöes (1524-1580)
Ahí interrumpe el cordobés, feo y simpático, con su gracejo fluido pero certero e hiriente le deja claro a la camarera que ahora o nunca. Por algo sus compañeros le llaman el viernes, que según los cultos viene de Venus, diosa del amor.
Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido, el sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio del llano
mira tu blanca frente el lirio bello;
mientras a cada labio, por cogerlo,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lirio, clavel, cristal luciente,
no solo en plata o viola truncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Góngora (1561-1627)
De golpe, un inglés, el más inteligente de todos los poetas allí reunidos, el más dramático y el que mejor conoce al ser humano, tanto en sus cosas trágicas, como en las cómicas. Aquel al que todos llaman el sábado, porque es capaz de contar un cuento distinto cada noche y todos son entretenidos. El que junta en sus historias a jóvenes amantes, a reyes ambiciosos y traidores, a hijos que dudan y a judíos mercaderes, explica a la audiencia como solo las obras nos sobreviven y nos pueden hacer inmortales.
Cuando escucho al reloj del tiempo perdido
y veo al bello día ahogarse en noche rota.
Cuando observo el bello morir de la violeta
y el negro rizo todo plateado y emblanquecido;
Cuando veo árboles sin hojas, que eran hogares,
para en el calor refrescar al ganado.
Y el verde primaveral ya en gavillas atado
como un cadáver con barba de pelos dispares;
Entonces mis preguntas por tu belleza comienzan
pues tú y ella vais a sufrir los ataques del tiempo
ya que lo dulce y lo hermoso se volatilizan
y perecen rápido al venir otros al campo;
Y que ante la guadaña del tiempo nada es barrera
salvo que la afronte un hijo cuando uno muera.
W. Shakespeare (1564-1616)
Habla el último un madrileño que hace las veces de generoso anfitrión. Todo el mundo le conoce por su doble personalidad. Por un lado se expresa como un cura, siempre hablando de Dios, el alma, los muertos y la vida eterna, pero los que le conocen bien, como sus compañeros de hoy en día, saben que es un personaje vital y divertido, y que disfruta con sus amoríos y correrías como el primero. En el fondo le llaman señor domingo, porque en él conviven la posibilidad de estar en misa y repicando. En un gesto de prestidigitación, le quita una calavera al inglés, que seguramente la tenía para una obra de teatro que iba a representar, y dirigiéndose a la camarera le suelta lo siguiente:
Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura de estos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que, mirándola, detuvo.
Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos;
aquí los ojos de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo.
Aquí la estimativa en que tenía
el principio de todo movimiento,
aquí de las potencias la armonía.
¡Oh, hermosura mortal, cometa al viento!
¿donde tan alta presunción vivía
desprecian los gusanos aposento?
Lope (1562-1635)
muyyyy bueno
Gracias.
Eres muy amable.