El cine visto como espectador.- Una mirada personal al séptimo arte

Texto: Ángel Marrero Pimienta

Si hay una fecha con la que podríamos considerar el asentamiento total de los cimientos que hicieron trascendental la crítica cinematográfica, esa sería indudablemente abril del año 1951, con la aparición del primer número de la revista francesa Cahiers du Cinéma, que provocó que el propio lenguaje y la función de la crítica del cine variaran notoriamente.

Apadrinados por el humanista André Bazin, que fue el principal impulsor de la revista y el referente espiritual del movimiento cinematográfico tan determinante que la misma generó como fue la nouvelle vague, los colaboradores de Cahiers du Cinéma afianzaron una nueva manera de ver cine y de escribir sobre películas, aportando un concepto radical: la política de autor (Casas Moliner, 2011: 57). Dicho concepto sería el perfecto ejemplificador de la trascendencia a la que nos referíamos con anterioridad, y gracias a figuras con el criterio de François Truffaut, Jean-Luc Godard o Claude Chabrol entre otros, el contexto cinematográfico pondría rumbo a nuevos horizontes.

Cahiers du Cinéma
Algunas portadas míticas de la revista Cahiers du Cinéma

Precisamente es la crítica de rigor, la que suele ayudarme en algunas ocasiones para determinar aspectos tan básicos como decidirme finalmente a ver una película de la que llevo tiempo dudando en visualizar, ya que, mi relación con el cine en más de una ocasión es verdaderamente “complicada”, y por ello, agradezco la labor de los que yo considero esos buenos críticos que muestran objetividad, coherencia, la originalidad de ese espectador que no se deja llevar por otros, y también, una pequeña pizca de seducción, es decir, aludiendo a la figura de David Bordwell y su Significado del Film donde se aborda la Elocutio como una parte de la crítica, que sea capaz de persuadirme a mí como lector, por ejemplo, tratando en la crítica alusiones sin desvelarme partes de la trama, de aquellos elementos que puedan hacerme disipar algunas de mis dudas incitándome finalmente a verla.

Esta “complejidad” a la que me refiero entre comillas, es porque mi amor por el cine reside en el componente emocional prácticamente desde que tengo uso de razón. Las que podrían ser mis “gratificaciones afectivas”, y mi principal criterio hipersubjetivo, residen directamente en la empatía con los personajes principales de cada largometraje, es decir, que presente una serie de valores que sean capaces de conmoverme al punto de inspirarme en algunos aspectos de mi vida, siempre dentro de la realidad lógicamente, lo que me ha llevado en algunas ocasiones, a utilizar estrategias de sustitución, queriendo convertirme en ese personaje a través de un sentido imaginativo.

Pongo como ejemplo principal, la trilogía de Spider-Man dirigida por el gran Sam Raimi entre los años 2002 y 2007, y que siempre he mencionado a mi entorno más cercano, que lo considero el símbolo cinematográfico que ha marcado mi infancia. Valores morales tan esenciales como la responsabilidad, que la humildad y la honradez siempre estén por encima, independientemente de la grandeza que puedas obtener, o que nuestros actos son los que determinan nuestra vida, con la opción de mantenernos firmes y realizar lo correcto, son rasgos con los que existencialmente me identifico porque así ha sido mi educación vital; nunca me marcó tanto una frase como: Un gran poder, conlleva una gran responsabilidad.

Otros elementos como la capacidad de superación de los personajes ante las adversidades, el carisma interpretativo de los actores como un buen estimulante, una trama bien elaborada con dosis de realidad y dramatismo (a pesar de la fantasía en la que se pudiera basar la historia), pequeñas partes de acción que den un toque frenético, y una banda sonora inolvidable, son elementos que siempre considero referenciales para que una película me termine por cautivar.

Vuelvo a incidir en el componente emocional, porque siempre lo pongo como mi referente contemplativo artístico, y en este caso y contexto concreto en el que nos centramos como es el cine, para considerar a una buena película, o para enamorarme de lo que determinaría como una “obra de arte”: aquel largometraje en el que el director sea capaz de reunir apropiadamente todos los componentes que acabo de argumentar, como por ejemplo, la película realizada por el director Edward Zwick: El Último Samurái, estrenado en nuestro país en 2004, es lo que yo determinaría como una obra maestra en mi valoración más subjetiva.

Esto no quita, que un largometraje pueda parecerme muy bueno si presenta aspectos técnicos bien desarrollados como un buen reparto, una cuidada puesta en escena (la iluminación debe ser un plus para el desarrollo y no convertirse en una dificultad para poder apreciarlo), una banda sonora que acompañe al desarrollo de un argumento correctamente trazado en cada una de sus partes, y que sepa mantener al espectador interesado en la misma desde el comienzo hasta el desenlace.

Básicamente, si en el sentido placentero una película me ha dejado satisfecho, será para mí una buena película que defenderé analíticamente e incluso, recomendaré si es necesario, por lo que también considero estos rasgos tanto los conformadores de mis “gratificaciones sociales”, como también, de esos criterios objetivos que siempre determinan mi gusto final por un film independientemente de la época o el género.

Poniendo un ejemplo directo de lo mencionado como una buena película, está The Equalizer (titulada El protector en España), un film que se estrenó en el año 2014 y que he tenido la oportunidad de ver recientemente, que por aspectos como la atrapante interpretación del actor Denzel Washington como protagonista, además de su argumento serio y crudo bien estructurado, la considero un buen producto para el entretenimiento.

En lo que respecta a cuestiones como la diferenciación entre apreciar y comprender, me gustaría ejemplificarla con un género cinematográfico al que ya he aludido por su gran impacto a partir de comienzos de este siglo, para eclosionar sin frenos en estos últimos años: el género de superhéroes.

Utilizando como ejemplo más reciente la película de Avengers: Endgame, la cual rompió todos los récords en taquillas convirtiéndose en la nueva película más taquillera de la historia (título que poseía Avatar desde el año 2009), tras poder visualizarla pocos días después de su estreno, y ya pasado un tiempo considerable de aquello, no he podido comprender que precisamente esta película, la que considero de menor calidad que su antecesora: Avengers: Infinity War según mi criterio, haya obtenido este reconocimiento histórico.

Sin embargo, como un fanático de todo este universo cinematográfico que ha creado Marvel, y de nuevo con mi componente emocional como partícipe, puedo apreciar en gran medida esta película porque ha significado “el final del camino”, el ocaso de una época dorada con la que muchos de nuestra generación han crecido desde que éramos unos infantes allá por el 2008 con el estreno de Iron-Man, o incluso antes si miramos otras películas del género como ya comenté.

A lo largo de la historia, el arte ha seguido varios cánones que han llegado a conformar lo que en la actualidad conocemos en nuestra disciplina, incluyendo, aquellas épocas en las que el canon se ha contemplado, pero para ser roto y buscar nuevas libertades creativas.

En el caso del cine, si tuviera que establecer la idea del “canon cinematográfico” en un contexto como el del cine español, quizás no sea un apartado muy extenso puesto que no soy un espectador muy constante en ver sus películas si comparamos con el cine americano por ejemplo, pero si considero que hay una serie de películas que, tras tener el enorme placer de poder visualizarlas, pueden ser de un notable interés para ser analizadas e historiadas. En este caso, quiero centrarme concretamente en una de ellas, la cual ha sido la que más recientemente he tenido la oportunidad de ver. Esta película es la siguiente:

Grupo 7: dirigida por el cineasta español Alberto Rodríguez (también ha hecho otras películas de una gran relevancia reciente como por ejemplo La isla mínima), fue estrenada en el año 2012. Contando una breve sinopsis de este largometraje, el Grupo 7 es una unidad policial que tiene como objetivo limpiar de droga las calles del centro de la ciudad de Sevilla en los años previos a la inauguración de la famosa Expo del 92, con el uso de una serie de métodos “cuestionables”, que incluyen desde lo poco ético hasta lo abiertamente ilegal.

Sin desvelar ningún aspecto de la trama para que pueda disfrutarse con calidad, destaco esta película especialmente, por ser un gran thriller policiaco (confieso que tengo gran interés en este tipo de películas) con buenas dosis de acción sin volverse exagerada o poco creíble (sucede todo lo contrario) , que reúne varios de los elementos que considero apropiado para ser una buena película, con un argumento muy serio, realista (inspirada en varios sucesos reales de la Sevilla próxima a la propia Expo del 92 y con la utilización de algunas imágenes reales de la época, que la dotan de una mayor conexión y acercamiento narrativo al espectador con los hechos que cuenta), además de por mostrar la crudeza de la situación que sufrían algunas zonas de España en aquel momento en lo que respecta a cuestiones como el narcotráfico y las propias acciones policiales.

Resalto la gran interpretación del actor Antonio de la Torre como Rafael (uno de los miembros que compone este variopinto equipo), mostrando las cargas morales por las que una persona expeditiva al servicio de la ley, puede llegar a cuestionarse sus propias creencias morales y actuando según su propia consideración de la justicia, hasta llegar al extremo más rotundo.

En definitiva, ¿las buenas películas nos dan una lección? Quizás sea una pregunta que nos haga en algunos casos valorar nuestra manera de disfrutar de una película. Aunque he recalcado en este ensayo la importancia que me supone el componente emotivo y la transmisión de valores morales para considerar en mayor o menor medida mi aprecio hacia una película, no siempre un largometraje puede tener como base un trasfondo concreto más allá del simple entretenimiento y ser considerada por mi parte como una buena película.

Hay películas de simple disfrute palomitero que solo buscan un componente placentero basado en la mera distracción de las que suelo disfrutar sin mirar un componente secundario, más allá de pasar un agradable rato. Para finalizar con este ensayo, tengo claro que hay varias películas cuyo mensaje han llegado a cambiar incluso mi forma de enfrentarme a algunas cuestiones de la vida como ya he señalado, pero considero, que no siempre es un condicionante trascendental para que podamos sentir el sensual encanto de ser transportados hacia la evasión gracias al cine, un pilar que influye constantemente en el día a día de nuestra película titulada vida.

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