En enero del 2017 el puertorriqueño Luis Fonsi, junto con Daddy Yankee, publica la canción ‘Despacito’. Rápidamente se convierte en un éxito, llegando al número 1 en las listas de ventas, y siendo versionada por gente como Justin Bieber. Aunque la importancia de la canción es innegable, vale la pena preguntarse sobre el papel de este tipo de música en, y su contribución a la creación de, una cultura de clase.
No es fácil hablar y hacer comentarios sobre cultura. La principal razón es que uno tiene que saber de qué se está hablando exactamente. Hay varias formas de entender la cultura y no todas se refieren a lo mismo.
En primer lugar, la podemos entender como aquellas costumbres, una forma de vida que se practica por un conjunto de personas que comparten ciertos valores y comportamientos. En segundo lugar, encontramos que cultura se puede entender como aquellos artefactos producidos en los que la experiencia humana queda grabada. En tercer y último lugar, se entiende como cultura el ideal, en término de valores absolutos, el final del proceso de perfección humana. Es decir, la idea de conocimiento, moralidad, arte, etc. llevado al abstracto.
«No le hace falta a uno posicionarse en este debate para definir y entender el fenómeno Despacito como un torpedo cultural»
Así está claro que la cultura, la veamos como la veamos, se puede convertir en una arma de control. El acceso a la cultura permite que las élites mantengan una dominación sobre las no élites a través del control del acceso al conocimiento. No es si no de esta forma que surge la idea de la diferenciación interna en culturas nacionales. Esto es, la diferenciación entre alta cultura y cultura popular.
Siguiendo el hilo, vemos que puede haber dos aproximaciones a esta diferenciación. La primera es que el control sobre el acceso al conocimiento hace que las clases populares no tengan las herramientas para crear artefactos culturales, y apreciar las otras dos definiciones de cultura, al nivel de las élites. En este caso vemos que sólo las élites, con su capacidad de acceso al conocimiento, herramientas y tiempo, pueden crear artefactos culturales que se acerquen al ideal abstracto de cultura. En su contra, las clases populares crean una cultura propia que dista mucho del ideal cultural, que utiliza ideas simples y crea artefactos culturales que no les permite llegar a un conocimiento mayor, manteniéndolos en una situación precaria en cuanto al acceso al conocimiento que los mantiene en la posición social en la que se encuentran.
Por otro lado, se puede entender que la diferenciación en cuanto a niveles culturales viene dada por las diferencias en el momento de la socialización. En este caso las élites y las clases populares simplemente tienen gustos distintos y no hay razón para asumir que una es alta cultura y la otra no. La diferencia se explica por el control que las élites tienen sobre las definiciones sociales. Es decir, las élites controlan aquello que se entiende como bueno y como malo y por lo tanto definen su cultura, y sus artefactos culturales, como alta cultura. Visto así, la cultura popular tiene el mismo valor que la alta cultura aunque socialmente no sean vistas de forma igual.
No le hace falta a uno posicionarse en este debate para definir y entender el fenómeno Despacito como un torpedo cultural. Si entendemos las diferencias culturales como diferencias de acceso a la cultura y al conocimiento, está claro que Despacito es un torpedo que las élites crean para mantener a las clases populares subyugadas a través de una cultura de menor calidad, que apela a la inmediatez y a la sencillez.
«El motivo de Despacito no es otro que el hedonismo, al más puro nihilismo provocador que se puede encontrar en las clases populares»
Por contra, si entendemos que ambas culturas tienen el mismo nivel de calidad pero es el acceso a la definición de la jerarquía cultural lo que cambia, es fácil ver Despacito como una reclamación por parte de la cultura popular de sus elementos más fácilmente reconocibles, llevados al extremo, para crear una diferencia mayor entre estas dos culturas. Es decir, Despacito sería un torpedo a la alta cultura.
Las clases populares deciden aprovechar aquellas cualidades que los diferencian de la cultura de las élites para mandar un mensaje, para decir, no nos importa lo que penséis, nosotros podemos crear el jazz pero también podemos crear ‘Despacito’, y lo haremos tantas veces como queramos.
Además, el motivo de Despacito no es otro que el hedonismo, al más puro nihilismo provocador que se puede encontrar a veces en las clases populares. El encorsetamiento de la alta cultura se rompe en la cultura popular y se abordan temas que las élites no tratan. El pudor se rompe y tratan de forma normal relaciones entre personas, algunas de estas, como en Despacito, de carácter sexual. Es un torpedo a la cultura puritana. El problema de este análisis lo podríamos encontrar en el papel que juega la industria cultural. Así, la capacidad de juego que la cultura popular pueda tener queda en entredicho por los procesos de comodificación que tienden a homogeneizar los productos culturales, y a exprimirlos económicamente hasta el final.
Aunque uno no puede olvidar que asumir que millones de personas tienen mal gusto -recordemos que Despacito fue número uno en más de 45 países- es sucumbir a los ideales de cultura clasistas potenciados por las élites. Al fin y al cabo, ¿qué tiene de malo bailar y pasarlo bien? ¿No puede ser también la alegría una forma de protesta? La cultura popular ha dado producciones culturales que van desde el blues o el jazz a Bukowski. Con tiempo sabremos si Despacito puede ser considerada también parte integral de esta cultura de clase.