Desde mediados del siglo XX ocurrió un crecimiento demográfico acelerado en la Patagonia. Los pueblos pertenecen a distintas etnias, culturas y naciones que, en el presente, complejizan la definición identitaria de los patagónicos.
El narrador Juan Carlos Moisés, señala que “la diversidad cultural es inmensa”. También acude a la enumeración para dar cuenta de una lista profusa y heterogénea de herencias culturales que crece exponencialmente en la Patagonia:
“Ahí están los descendientes de los pueblos originarios como una forma de la resistencia, y los rasgos culturales de galeses, gringos, gallegos, asturianos, vascos, andaluces, catalanes, aragoneses, lituanos, italianos, alemanes, polacos, portugueses, árabes, chilenos, judíos, croatas, holandeses, bolivianos, etc., pero también de catamarqueños, puntanos, cordobeses, jujeños, porteños, y muchos más, y asimismo todos imbricados en el cuerpo social que se entrecruza y multiplica sin pausa”.
La multiplicidad cultural enriquece y problematiza la definición de la Patagonia como espacio de pertenencia y domicilio existencial. Para los inmigrantes, del interior del país o del exterior, “seres venidos de distintas provincias y países”, según la expresión del Julio Leite, la región es también plural no solo por sus diversos orígenes, sino también por los diferentes propósitos y coyunturas de sus desplazamientos territoriales.
El escritor Raúl Artola Destaca que el crecimiento de la población en la Patagonia es un claro índice de la multiplicación de relaciones, negociaciones y conflictos que se dieron en la región, por ejemplo, para abrir una picada y luego construir caminos, físicos y simbólicos, entre mesetas, montes, mallines, cordillera y playas, entre “gallegos”, galeses, tehuelches, mapuches, selk’nam, chilenos, italianos, siriolibaneses, alemanes y sus descendientes, y un montón de etcéteras que, además, nutrieron y nutren al imaginario de esos protagonistas y donde, en primer lugar, está el reservorio de la cultura universal y nacional que latía y late en todos ellos.
Uno de los procesos migratorios más emblemáticos de la Patagonia fue la colonización galesa en la provincia de Chubut. Sometidos por los ingleses, los galeses dejaron su patria en busca de un lugar donde poder hablar su lengua libremente, practicar su fe, así como también mantener su cultura y sus tradiciones. Existe una gran admiración por la comunidad galesa en Chubut. No solamente por el legado cultural, sino también por la contribución en el plebiscito histórico de 1902.
Los pobladores galeses, en el marco de las disputas fronterizas con Chile, decidieron optar por la nacionalidad argentina por sobre la chilena. Los primeros colonos galeses llegaron a la Patagonia hace 160 años. El 28 de julio de 1865 llegó a las costas de la provincia un barco llamado “Mimosa”, el cual traía a los primeros pobladores galeses a la Patagonia. Después de más de cien años, el legado cultural continúa presente en Chubut. Se reconoce a los inmigrantes galeses como auténticos defensores de la Soberanía Nacional.
Cuando el Presidente Julio Argentino Roca visitó la comunidad en 1899 reconoció este hecho histórico y les dijo a los galeses: “Ustedes no solamente lucharon contra el clima duro y la naturaleza cruel, sino que también contra un enemigo mucho más poderoso, el cual es la soledad y la desolación. Solamente por eso se merecen la gratitud de nuestra Nación”.
La política oficial de la Argentina desde 1860 fomentaba la radicación de inmigrantes europeos. Esta política se incrementó especialmente después de 1880, una vez finalizada la campaña militar de Julio Argentino Roca. Fue en aquel entonces cuando se dictaron las leyes 1532 de Territorios Nacionales y la Ley del Hogar de 1884 para fomentar la radicación de migrantes europeos. El Gobierno Nacional concedía pequeños lotes de tierras para la explotación agrícola, además de asegurarles la libertad de culto y asociación.

Uno de los procesos migratorios menos conocidos de Argentina ocurrió en la Patagonia también: la llegada de los colonos bóers provenientes de Sudáfrica. La llegada de los bóers tuvo lugar entre 1902 y 1907, cuando alrededor de 650 familias llegaron a la provincia Chubut, provenientes de Sudáfrica. La razón de la llegada a estas tierras lejanas se debió al conflicto con los colonizadores británicos en 1902, en el cual los bóers fueron derrotados. El resultado de la guerra Anglo-Bóer, la cual se extendió entre 1899 y 1902, fue la anexión a la corona británica de las repúblicas independientes de Orange y Transvaal.
El proceso migratorio de la colectividad de los bóers en Chubut se caracteriza por ser una migración planificada de grupos familiares que llegaron en tres oleadas. El primer grupo arribó en 1902 y estuvo formado por unas pocas familias. Los otros dos contingentes llegaron en 1903 y 1904, respectivamente. La historia de los bóers representa un auténtico ejemplo de la diversidad cultural y el crisol de razas de la Patagonia. Después de más de 100 años de la llegada de los bóers a Chubut, la comunidad sigue existiendo, así como también su legado cultural.
En este marco, las distintas migraciones y el crecimiento poblacional de la región patagónica en los últimos años, complejizan cualquier tipo de análisis que intente definir una identidad. Sin embargo, junto con el reconocimiento de esta dificultad, la diversidad cultural de la Patagonia es un factor favorable para el ejercicio de una mirada crítica y universal de la realidad.
El escritor patagónico Julio Leite sostiene que “esta mixtura de culturas, este vivir al principio o al fin del mundo, este permanecer y mirar desde el extremo del embudo, nos hace tener una visión más universal”. La reflexión de Leite nos aporta una visión optimista de la Patagonia, tal vez después de todo, no sea solamente esa tierra olvidada, lejana y desolada, sino que también, un lugar donde el crisol de razas y la diversidad cultural reflejan valores como el respeto, la solidaridad y el amor por la tierra.
El primer pueblo español de la Patagonia
En Cabo Vírgenes, en la provincia de Santa Cruz, se estableció el primer asentamiento de origen español en la Patagonia. En la actualidad, no hay restos visibles del asentamiento, sin embargo, un monolito conmemora el hecho histórico. Fue el explorador español Sarmiento de Gamboa, quien, en 1584, fundó la ciudad del Nombre de Jesús. En los últimos años, los restos arqueológicos del antiguo asentamiento han sido hallados y excavados. Se trata del cementerio de colonos españoles más austral y antiguo del territorio argentino. Es el mayor indicio hallado hasta el momento de la primera fundación española de la Patagonia.
Los expedicionarios llegaron a Cabo Vírgenes el 4 de febrero de 1584, fundando el asentamiento “Nombre de Jesús”, el once del mismo mes. En marzo del mismo año, Sarmiento de Gamboa fundó una segunda ciudad, “Rey Don Felipe”, dentro del estrecho de Magallanes, muy cerca de la actual ciudad de Punta Arenas en Chile. Un grupo de 338 personas llegaba a su destino para enfrentar la tierra patagónica. “Enfrentar” es la palabra exacta, pues se estableció una lucha contra el frío, el viento constante y la escasez de alimentos, a lo que se sumaban incidentes ocasionales con los indígenas.
Conocemos el desenlace de la tragedia por diversas fuentes, especialmente por el inglés Francis Pretty, que participó en el viaje alrededor del mundo de Thomas Cavendish, y por dos testimonios de un sobreviviente de la expedición, Tomé Hernández, que sería rescatado por Cavendish en enero de 1587. Restaban unos veinte pobladores cuando en un confuso incidente Cavendish rescató únicamente a Hernández. El resto de los colonos de la expedición fallecieron de frío e inanición.
